“Señor Jesucristo, que siempre estás conmigo, hoy me postro a tus pies y me entrego a Tu inmenso amor. Sé que no estoy solo en este valle de lágrimas, porque tú estás conmigo y guías siempre mis pasos.
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A pesar de mis heridas, que aún sangran en mi alma, confío en Tu infinita misericordia, que derrama el bálsamo del amor en mi alma magullada y cansada.
Sí, Señor, contigo soy victorioso y superaré las dificultades cada día, porque confío que contigo puedo cumplir los sueños que tú soñaste, un día, para mí. A Tu lado, Señor, atravesaré desiertos y tormentas, valles oscuros que parecen insuperables.
Guíame, mi Amado Señor, a las llanuras de la paz, donde cosecharé las más hermosas flores de la victoria. Amén.“